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Juan Soriano, "Hombre recostado con peces" (Huecograbado. 1989) |
Una mancha color de mar
En mi pecho hay una mancha color de mar.
Sus olas permanecen ocultas a los ignorantes,
ante la mirada de los otros
se secarían dejando a los peces sin un lugar para saltar.
La veo cada mañana en el espejo;
cuando leo y releo las cartas del pasado;
la veo cuando me tropiezo ante un charco;
y también cuando lloro porque el viento a mi ojo ha traído algo.
En momentos me da pena tenerla aquí.
¡Aquí!
En momentos la olvido.
Prefiero usar el olvido que siempre nos evoca el mar.
El mar…
Es cierto, él provoca sentimientos encontrados dentro mí:
a veces lloro por lo inmenso de la vida,
a veces me atormento y hago más olas de pequeñas situaciones, así sin más.
Creo no encontrar paz,
como si mi corazón, que está en mi pecho,
navegase días y días sin rumbo, sin radar.
¡Esa mancha, estoy seguro, es un problema oculto de mi vida sentimental!
Hace unos días me hundí en ella,
me parecía tan oscura y densa
como la piel de ese musculoso marino
al que yo perseguía a diario
sin poder detener mis deseos.
¡Esta vez él y yo juntos ya habíamos caído!
Ese día también entré a mí.
Encontré ahí caballos de crines rubias relinchando,
toros estocados desangrados,
algunos otros animales de mis antepasados.
Encontré también a mi abuela,
curándome en su templo;
a mis padres por su hijo sollozando;
a mi hermano muerto
que caminaba por un parque justo antes de irse a jugar fútbol.
Ahí también volví a encontrarme al poderoso marino que seguía en mis sueños, ahora muerto.
Sus ojos se saltaban hasta perder la gravedad. La ropa en jirones flotaba; sus antes grandes músculos ahora eran nidos de pececillos que lo comían sin escrúpulos.
Me senté a contemplar el movimiento del agua en el mar.